En este artículo nos preguntamos qué opción es mejor: reducir el estrés o no aumentarlo. El estrés, o mejor el distrés (cuando es muy alto y persistente) es un mal del nuestro tiempo. Entendiendo sus bases neurológicas veremos cómo muchas veces lo aumentamos exageradamente con nuestra percepción e interpretación de las situaciones. Entendiendo la neurociencia de la conducta podemos tomar consciencia de que veces nos autolimitamos. NeuroQuotient® nos ayuda a ello.
Con frecuencia queremos disminuir nuestro estrés.
Hace unos días, en la preparación de la sesión de coaching, vimos que una persona nos pedía tratar sobre más ejercicios y técnicas que le ayudaran a reducir el estrés.
Decía algo así: ‘Estoy haciendo deporte y meditación, pero no consigo reducir el estrés a un nivel aceptable. Al contrario, creo que va aumentando’
Está claro que hablamos del distrés, del estrés excesivo, ya casi crónico. El que se manifiesta en una serie de sensaciones corporales desagradables y en dificultad para concentrarnos y descansar. O nos cuesta dormir o caemos por agotamiento y al cabo de dos o tres horas estamos con los ojos abiertos como platos.
A menudo la principal fuente de estrés es uno mismo
¿Cómo lo hacemos para aumentar el propio estrés?
A la persona que quería disminuir su estrés, le preguntamos: ¿Cómo lo haces para aumentar el estrés?
Podemos medir la sensación de estrés en una escala del 1 a 10. Consideramos de 1 a 5 adecuado, de 5 a 7 preocupante y de 8 a 10 grave. El 0 no vale, no es un nivel razonable, el día que lo logremos ya no estaremos para nada.
Alguien en una constante sensación de estrés de 8 ó 9, haciendo regularmente ejercicios de afrontamiento, parece claro que tiene que tener una fuente interna.
Es lógico qué en un incendio, en un terremoto, en un ataque terrorista, ante una pérdida, etc. nos sintamos estresados. Pero nuestra persona, ni el presente, ni en el pasado, tenía ninguna situación de este tipo ni nada parecido.
No estaban presentes, lo que se acostumbran a llamar, estresores externos relevantes. Simplemente sucedía, como pasa en muchos casos, que la principal fuente de estrés era interna. Puede que hubiera un disparador externo, pero era más importante la propia percepción.
¿Cuáles son las bases neurológicas del estrés?
El sistema cerebral de las amenazas o del miedo
Para comprenderlo mejor, vamos a ver qué sucede en el cerebro, y en el cuerpo, con el estrés.
El estrés nace en el sistema del miedo o de las amenazas. En los animales preferimos hablar de amenazas y en los humanos de miedo. El miedo es una emoción, el resultado de la interpretación de las situaciones y las sensaciones correspondientes.
Empecemos por los animales y, lo mismo, valdrá para el animal humano.
¿Cuál es el propósito del sistema de las amenazas?
Simplemente, favorecer la supervivencia en base a minimizar el daño y el dolor.
Cuando el animal percibe con sus sentidos una señal que, su memoria de especie, le indica que es una amenaza, puede responder de diferentes maneras: Atacar (fight), si puede hacerle frente, o huir (flight), si la amenaza percibida le supera.
Dejamos de lado, aquí, una tercera opción: el quedarse quieto, bloqueo (freeze), que ya hemos visto alguna vez anterior más asociada con la depresión en los humanos.
En el centro del sistema de las amenazas están las amígdalas cerebrales. La señal sensorial llega a su zona basolateral y, desde esta, a su zona central que conecta con el sistema nervioso autónomo, activando la rama simpática y frenando la rama parasimpática.
¡El animal está listo para atacar o huir! Tanto vale para una cosa como para la otra. Depende de lo que indique la memoria, las amígdalas son las mismas y lo que viene a continuación, también.
Las vías rápida y lenta del estrés. El sistema nervioso autónomo y el cortisol
La rama simpática, del sistema nervioso autónomo, segrega adrenalina (en la médula de las glándulas adrenales) que pasa a la sangre, aumenta el ritmo cardíaco, aumenta la presión arterial, dilata las pupilas, abre los bronquios, etc. Esta es la vía rápida, inmediata, del estrés. La que facilita el ataque o la huida.
Al cabo de unos 10 minutos empieza a funcionar la vía lenta del estrés. La de los glucorticoides (cortisol en los humanos). El cortisol es segregado en la corteza de las glándulas adrenales. Principalmente sirve para generar energía a partir de las reservas del cuerpo (grasas y proteínas).
La vía lenta, viene a sustituir la falta de actividad de la rama parasimpática, cuya función es favorecer la recuperación de energía con el descanso y la digestión: bajar el ritmo cardíaco, contraer los bronquios, cerrar las pupilas, favorecer la salivación, etc.
Acostumbramos a hablar de la activación simpática y olvidamos la desactivación parasimpática. Pero, síntomas como sequedad en la boca, dificultad para respirar, problemas digestivos, ojos abiertos por la noche, etc., son muy frecuentes, ¿Verdad? Nos llevan a pensar a los humanos en la necesidad de que reduzcamos el estrés.
Por otra parte, la vía lenta tiene pocas oportunidades de actividad en los animales. A los 10 minutos la gacela o ha huido del león, o muy mal para la gacela. Si sólo estuviera herida y escondida, entonces entrarían en acción los glucocorticoides para facilitar su recuperación.
Es importante apuntar que entre la amígdala basolateral y la central hay unas neuronas intercaladas del neurotransmisor GABA que pueden frenar la activación de la amígdala central. En el próximo artículo al tratar de métodos del afrontamiento del estrés hablaremos de ello: ‘Gestión del estrés. Aprende a no aumentar el estrés desde la neurociencia’
¿Y en la parte más humana? ¿Cómo influimos en el sistema del miedo?
Lo visto hasta ahora vale para los humanos. Ya lo hemos ido introduciendo al hablar del sistema nervioso autónomo parasimpático.
La diferencia está en la mayor prevalencia de la corteza prefrontal (CPF). Con la que pensamos y dirigimos la atención. La que nos diferencia del resto de mamíferos.
Gracias a ella los humanos no distinguimos entre lo que percibimos, lo que imaginamos o recordamos. Es decir, las señales que llegan a la amígdala muchas veces tienen procedencia interna o, como mínimo, son interpretadas por la CPF.
Con preocupación, auto exigencia y perfeccionismo (cuando todos los detalles son muy importantes), con la interpretación de las situaciones, podemos poner la atención en peligros exagerados, que sólo están en nuestra mente. Nos auto generamos miedo y ponemos en marcha la ‘huida’. Por otra parte, queriendo lograr resultados muy altos y a corto plazo, vemos obstáculos en el camino y nos ponemos en posición de ‘lucha’ hacía los demás.
Está claro, pues, qué con la atención y el pensamiento podemos activar la amígdala central y el sistema nervioso simpático y frenar el parasimpático.
Además, cuando nos ponemos en ‘huida’ no salimos corriendo. ¿Para qué correr?, no hay ningún león.
Y aparece el estrés. Taquicardias y pupilas dilatadas, en estado continuo de alerta (sistema simpático muy activo) y sensaciones de ahogo, sequedad en la boca, dificultad para dormir, problemas digestivos (sistema parasimpático frenado).
Cuando el estrés es persistente, de larga duración, aparece la ansiedad. Con la vías rápida y lenta (cortisol) permanentemente en marcha.
Al ponernos en posición lucha, sí que liberamos energía. Por esto el deporte funciona para reducir el estrés.
Algunos humanos con gran tendencia a la ‘lucha’, no acumulan estrés porque lo sacan todo hacia fuera. Estupendo para ellos y peor para las personas cercanas.
Pero no es lo habitual. Al fin y al cabo, las vías cerebrales de lucha y huida son las mismas.
¿Cuál es nuestro caso? ¿Necesitamos reducir el estrés porque tendemos a aumentarlo nosotros mismos?
Imaginamos que estas alturas hay pocas dudas de como se genera el estrés y que, en muchos casos, la principal fuente puede ser interna. Y, que, por lo general, para una buena gestión más que pensar en reducir el estrés, es más eficiente procurar no aumentarlo.
Es importante que destaquemos que no todos los cerebros y cuerpos humanos son igual de sensibles al estrés. En consecuencia, no todo el mundo tiene la misma necesidad de gestionarlo, porque no lo sentimos con la misma intensidad. Hay personas más resilientes que se afectan menos por los estresores externos.
En los que sí lo sentimos de modo intenso, muchas veces se produce un importante error: tratar de gestionarlo con el pensamiento, con la CPF. Acostumbra a suceder que. estando tan pendientes de las sensaciones físicas, y preocupándonos, el resultado es el contrario del deseado.
Bien, vistas las bases neurológicas del estrés, en el próximo artículo buscaremos ideas para gestionarlo. Para no aumentar o para reducir el estrés.
Aunque el primer paso para el desarrollo es la toma de consciencia. Con la neuro herramienta NeuroQuotient® es fácil detectar el mayor o menor nivel de estrés, la mayor o menor resiliencia, la tendencia a la lucha o a la huida y encontrar caminos, nuevos neurocomportamientos, para gestionar el estrés. Se trata de desarrollar el liderazgo personal o autoliderazgo, sacando partido de la neurociencia.